Con esta sociedad que estamos creando, empeorará el acoso

 

 

Miguel del Río | 05.05.2024


 

 

 

 

 

En comunidades ciudadanas revueltas y divididas crece la impunidad, y el conocido como acoso es una de estas impunidades. El comportamiento habitual ante el bullying es que el acosado se ve solo y hundido, el acosador crecido porque no le pasa factura, y los testigos de tan malas acciones miran para otro lado, por eso tan nacional de que el problema es de otro. Hay que reconocer que, aunque lentamente, cada vez se habla más de ello, sobre todo por el acoso escolar y laboral. Aunque es más debido al aumento vertiginoso de casos y denuncias, que a una preocupación social inexistente, y tan necesaria para cortar de raíz con los acosadores.

 

Acaba de celebrarse el Día contra el Acoso Escolar, y la gravedad del asunto reclama mayor atención y concienciación, porque no sólo sucede en las aulas, sino en casi todos los ámbitos, dentro de una sociedad que no sabe responder adecuadamente ante semejante hecho salvaje y dañino como pocos. Tampoco lo tienen muy claro Gobiernos, instituciones, empresas y los dirigentes y gestores de unas y de otras.

No resulta fácil abortar tan mala tendencia. Mucho menos dentro de la convivencia actual, de la que se pueden enumerar un buen número de males, pero vamos a pararnos en dos principales, el egoísmo e interés único en el propio yo, y la indiferencia hacia los problemas urgentes y, así, hacia lo que les pasa y padecen los demás. Confiamos demasiado en la gran suerte personal, y que los sufrimientos (enfermedades, paro, pobreza, calamidades, fracaso, discriminación, violencia de género, racismo…) sean casos o supuestos que padezcan otros.

En este entorno tan dirigido a triunfadores, excesivamente clasista, aunque no guste reconocerlo, nace y se desarrolla el bullying. Voz inglesa derivada del verbo bully (intimidar), que el Diccionario panhispánico de dudas recomienda pronunciarlo en español como acoso. Por eso la RAE define el término anglosajón como la práctica ejercida en las relaciones personales, consistente en un trato vejatorio y descalificador hacia una persona, con el fin de desequilibrarla psíquicamente.  Indago más. Hay diversos tipos de bullying, que ha quedado como expresión preferida para referirse a este grave problema, que va a más, sin freno. Está el bullying físico. El que sobre todo se práctica es el verbal. El anterior tiene mucho que ver con provocar daño psicológico. Luego está el sexual, el social y el Ciberbullying, del que poco habría que explicar, ya que todo lo malo le llega a alguien a través de un Internet que no respeta privacidad alguna.

Interrelacionas todos los tipos de acosos y surgen numerosos conceptos, todos generadores de estrés, ansiedad y, mucho peor, depresiones. Términos como golpes, amenazas, insultos, burlas, rumores, chantajes, atemorizar, amenazar, descalificar, fotos y comentarios en redes sociales o críticas destructivas. Los diferentes actores del bullying son el meollo. Evidentemente, están el acosador y el acosado. El entorno donde se mueve uno y otro, empezando por la familia y siguiendo por el colegio, el instituto, el equipo deportivo, el trabajo y hoy, como más habitual, las incontrolables redes sociales, que a través de sus falsos códigos éticos no quieren involucrarse en lo que no les interese. Nos encontramos también con los consentidores; aquellos convencidos de que el mando y el poder exigen dureza. Seguimos con los que miran hacia otra parte. En la gran mayoría de los casos impera la cobardía. Son los más numerosos. Cuando les preguntas por lo que pasa, dan la sensación de que ni ven, ni oyen, ni saben, ni sienten. La conclusión es que el acosado no lo tiene nada fácil, y está muy bien la celebración de días que recuerden el problema, pero nunca va a ser suficiente sin acción ni decisión por los que más pueden hacer por paliar el acoso, desde el Gobierno a las Administraciones, desde los sindicatos a una justicia ejemplar al respecto, y por supuesto los compañeros de todas las víctimas que moralmente han de dar un paso adelante y comprometerse con lo que pasa.

Al hablar de sentencias, aún son pocas, pero algunas ejemplares. En España se da la circunstancia del gran temor que hay a denunciar estos hechos, porque no lo ves claro, no sientes el debido apoyo a tu alrededor. Por supuesto, está la familia, pero en los demás casos, la duda es angustiosa: ¿a quién acudo para que me ayude?

Aprender a convivir no resulta si no se impulsa desde la familia y la educación. Hoy fallan ambos. Ni el respeto es una exigencia, ni tampoco se habla lo suficiente de ello. En nuestro sistema educativo es cierto que existen las debidas alertas contra el acoso, pero evitarlo no forma parte de la mismísima educación de base, tan cambiante de un curso a otro, con leyes que lo varían todo cada poco, empeorando lo anterior y no mejorando la convivencia a través de lecciones claves como puedan ser la ética, la moral, y los valores fundamentales dentro de nuestro entorno de convivencia. Y es que “largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías, breve y eficaz por medio de ejemplos (Séneca). Porque “el objetivo de la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano (Platón). Y que “el más terrible de los sentimientos es el de tener la esperanza perdida (Federico García Lorca). Ante el acoso, en cualquiera de sus formas, la sociedad debe responder con una gran negativa. Estamos aún muy al comienzo de esta recomendable y sana actitud, y nadie mejor que el acosado lo sabe porque no deja de padecerlo, enfermo y tratado médicamente por ello. Como nos da hoy en día por involucrarnos en cuestiones de mucha menor relevancia, el acoso requiere contundencia en todos los ámbitos donde se produzca, sin miedos, abandonando ya las pasividades, pasando la voz de que no. De que esos comportamientos, tales de acosadores, se acabaron.

 

 

Miguel del Río